domingo, 26 de diciembre de 2010

EL ADIOS A MONSEÑOR JORGE MAYER, UN GRAN OBISPO…


Seguramente, por muchísimas razones, su figura resultará imborrable. Pero, definirlo como “buen pastor”, tal como lo ha hecho en su nota Esther Beatriz Serruya, que siguió como pocos periodistas lo hicieron, su trayectoria, es aquello que mejor expone lo que fue.

Monseñor Jorge Mayer, arzobispo emérito de Bahía Blanca, quien falleció a los 95 años, justamente en la Navidad de este 2010, fue, esencialmente, el buen pastor que cuidó su rebaño, como pocos.

Le conocimos, hace tiempo y a lo lejos, cuando militábamos, muy tempranamente, en el Consejo de los Jóvenes de la Acción Católica. Antes ya, le habíamos visto, oficiando de maestro de ceremonias, en el obispado de monseñor Germiniano Esorto, conociendo cada movimiento que la liturgia marcaba para los oficios del prelado.

Supimos, a la distancia, de su misión episcopal en La Pampa, cuando fue obispo allá y le acompañó, como vicario, monseñor José María Dobal, aquel seminarista de Santa Teresita, ordenado sacerdote, hace ¡60 años!, que se cumplieron pocos días atrás.

Le volvimos a ver, ya como arzobispo de nuestra ciudad, desde 1972 en adelante.

Y fue él, que siempre supo de nuestra actividad periodística, quien nos convocó, en 1987, para integrar la comisión de prensa de la histórica visita de Juan Pablo II, en abril de ese año. Por su invitación, volvimos, 25 años más tarde, a aquel recinto de Avenida Colón 164, en que habíamos estado como dirigentes de la Acción Católica, actuando uno como delegado arquidiocesano de aspirantes de la entidad de apostolado emblemática de la Iglesia.

Supimos, siempre, del inmenso valor de su función como pastor, así como recordábamos que se lo evocó como profesor de Religión, del viejo Colegio Nacional.

Supimos, también, de su profunda admiración por la Obra de Don Bosco, puesta de manifiesto cada vez que se acercó al Colegio Don Bosco de siempre, tan cercano a nuestros mejores recuerdos.

Nadie nos lo dijo, pero si él, de su respeto por el abuelo Ernesto (mi papá), a quien convocó, para ordenar puntillosamente los papeles de la administración del arzobispado, durante su ejercicio pastoral.

Monseñor Jorge, de admirable transmisión de la palabra, nunca olvidó cuál había sido nuestra vocación de periodistas, y cómo y en dónde la ejercimos. Rara circunstancia, quizás, que mostraba a pleno cómo tenía en cuenta la misión de los demás, por imperceptible que ésta fuera.

Andando los años, le encontramos no pocas veces, recorriendo la zona, ya como arzobispo emérito, impartiendo el sacramento de la Confirmación, o lo que es igual, insuflando el Espíritu Santo, fiel a su misión de ser, sacerdote y obispo para siempre.

En la Navidad de este 2010, fue llamado por el Señor, para gozar de la Gracia Eterna que le tenía prometida. Porque fue un fiel pastor de su rebaño, pocos, como él, la merecían tanto. Humilde servidor, supo de qué se trataba y lo hizo en plenitud. Se le recordará, seguramente, como el gran obispo que tuvo Bahía Blanca.

Luis María Serralunga