sábado, 12 de marzo de 2011

DEL DEPORTE Y OTROS TIEMPOS




Cruz del Sud o los sueños de un grupo de jóvenes.

Hubo un tiempo, 54 años atrás, en que tuvimos –como tantos otros y en cercanos a remotos lugares– la misma idea: fundar un club. Y lo hicimos. ¡Yaya si lo hicimos!. Tanto que una vez, andando días, meses y años, alguien preguntó qué era y dónde quedaba. Lo llamamos Cruz del Sud (el sud, con “d”, de dedo”, vaya a saber porqué).

Ocurrió, en los hechos, el 1 de marzo. Y tuvo una duración no tan efímera como podía suponerse. Algunos años, en los que ese club, anidado tan sólo en una esquina, la de Thompson y España, hizo todo aquello que la decisión de gente joven hizo posible. Mucho más que lo imaginable, aunque el inexorable paso de los años, y los progresos que tampoco se detienen, ubique hoy las cosas bajo una dimensión muy pero muy pequeña.

Cuando elegimos los colores, no fuimos demasiado imaginativos: celeste y blanco, como los de Racing, porque así fue la primera camiseta, la del equipo de fútbol. Y también fue celeste la de básquet… y después la de la más compleja vestimenta del conjunto de softbol.

Nada fue fácil. Tampoco imposible. Pero lo cierto, sí, que iniciado con fútbol y básquet de barrio (los partidos lo eran contra equipos de otros sectores de la ciudad), y tras muchos partidos ganados en el Oratorio San José del Colegio Don Bosco y en los patios del Colegio La Piedad, la decisión fue abordar disciplinas “federadas”.

Hicimos softbol y voleibol, pero también participamos de los torneos atléticos (de la entonces Federación del Sud) y promovimos certámenes de ajedrez. Hubo una vez, inolvidable, en que la pista de Estudiantes se vistió de fiesta con un torneo que Cruz del Sud hizo para todas las especialidades.

Un buen día, cuando la terminación de la secundaria había quedado largamente atrás y eran otras las metas y también las preocupaciones propias de los tiempos posteriores al SMO (o el viejo servicio militar obligatorio que era un punto de inflexión), encaminamos el rumbo hacia otra manera de seguir haciendo deporte: llevamos el softbol, la disciplina en la que competíamos oficialmente, hacia el club Villa Mitre, por entonces liderado indiscutidamente por ese dirigente casi incomparable que fue aquí José Martínez.

Fue entonces que, tiempo después, “colgamos” aquel guante derecho que nos había acompañado en tantísimos partidos, de primera, segunda de ascenso o reserva, en aquel equipo que sin ser destacado, ocupó un lugar entre los ’50 y los ’60 del siglo que se fue. Es que, en la posición de lanzador, tirábamos con la “zurda”, en aquellas “épicas” luchas con los rivales de turno (Los Yankees, Estomba, El Trébol, Oxford y Los Diamantes, entre muchos otros), con muchos de cuyos jugadores terminamos siendo amigos para siempre, porque, en esencia, esa era la motivación de tantos desvelos y tantas horas transcurridas, a pleno rigor del invierno o en incipientes veranos, en Avenida Alem y Florida (¿verdad, Néstor?).

Atrás había quedado la primera juventud. Irrepetible, porque contuvo las alegrías y decepciones de una edad que se funde, indisolublemente, con un rincón del corazón.

Nos quedaron sensaciones y recuerdos que sólo uno mismo puede sentir aunque la vida se escurra mucho más rápido que lo deseable.

Todavía más de medio siglo después, alguno se sorprende porque en algún lugar, no del periodismo que se cree dueño de la verdad absoluta, hemos dicho que Alberto Pedro Cabrera, “Mandrake”, empezó a jugar básquet en el modestísimo Cruz del Sud, el de la vieja esquina e inolvidable de Thompson y España.

Pero esa es una historia, reservada a unos pocos, que la vivieron como un hecho más de sus vidas. El “Beto” no era, por entonces, sino uno más. Y esa misma historia, que marcó a fuego la vida misma de cada quien, concluyó en el invierno del ’65. Llegaba otra, que no es el tema de esta columna.

LMS

FOTO

El "Beto", antes de ser el "más grande", junto a "Lito", fue parte de Cruz del Sud. La historia pequeña de una leyenda deportiva.