sábado, 29 de enero de 2011

ELLAS: PANCHITA Y DOÑA ROSA

Sólo estampas, las que están en el corazón.

Hace dos días, el jueves 27 se cumplieron 13 años. Un 27 de enero, pero de 1998, al amanecer, se fue mi mamá, Panchita, a gozar del cielo que tenía prometido.

No he escrito, sino apenas un tiempo después, sobre ella. Pero como es, y será, aquello que nunca se cambia, aunque pasen los años, hoy mismo, dispuesto a hacer algunas líneas, apenas si alcanzó a percibir la pantalla del monitor. Nunca será demasiado lo que se llore esa ausencia, aún teniéndola presente, ¡siempre!.

Por analogía, en los tiempos, no puedo sino evocar, este sábado (29), a Doña Rosa, que vivió enfrente del 343 de Thompson, pero aún cambiando de domicilio (me recuerdo visitándola en la calle Güemes y después Alem, por años), estuvo siempre, como la “vieja”, en mi corazón.

Sé por eso, con la razón de las sinrazones, que el 29 de enero era el día de su cumpleaños.

Hay cosas que son imborrables, aunque los años, que no pasan en vano, tornen borrosas algunas imágenes.

Pero no los recuerdos, ni la emoción que generan.

Panchita y Doña Rosa, significaron, cada una desde su lugar, muchísimo en mi vida.

Como lo fue aquel lugar, el del barrio, en que crecimos. Esa cuadra, que supo de los Carnavales de antaño, incluso, con jóvenes y niños, todos participando de los juegos de agua.

Ese sitio, que devuelve figuras, como las de Dina, Pochi, Maco, María del Carmen, Betty, Bochita, don Alejandro, don Juan, don Atilano, o María, que se fue muy joven. O la de Pimpi, que vino desde su Timomte a estudiar en La Inmaculada. Y no olvidamos, al jovial don Héctor; y a don Ernesto, mi viejo, sobre quienes alguna vez tendremos un comentario especial.

Hay una cita perdurable, que memora Santiago, el amigo de toda la vida, que recuerda aquellos “zapallitos” que Pancihta le “obligó” a comer en una cita tardía de mediodía.

Era tanto, aquello, que hubo, allá por el ’53, una puerta de calle siempre abierta, en el 346, por si acaso una urgencia demandaba, a cualquier hora, usar el teléfono que nosotros no teníamos, porque la llegada prematura de María Inés demandaba una especial atención.

Por aquello de que “siempre se vuelve a los lugares donde se amó la vida”, las estampas de aquellos tiempos y aquel barrio, serían interminables.

Lo es sí, el sentimiento que anida en un pedacito, no tan chico, del corazón. Por eso, no importa obviar algún otro dato (apellidos, quizás) que no hacen falta. No pocos, sabrán de qué se trata. Y perdonarán, con seguridad, que esto haya sido una postal de la nostalgia.

LMS

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