viernes, 30 de septiembre de 2011

EN RECUERDO DEL “NONO”, DON JOSÉ SERRALUNGA

1956 – 30 de septiembre – 2011.

“Vosotros, a quienes tanto he amado en esta tierra, rogad por mí y vivid siempre de manera que nos encontremos todos juntos en el cielo” (tomado de la estampa que recuerda al “nono”).

Era domingo. Un 30 de septiembre, pero 55 años atrás. El sol asomaba; y trepó, para verlo radiante, andando las horas. Sin embargo, no sería un domingo común, aunque ese día fuera el de la fiesta de Santa Teresita del Niño Jesús, patrona de nuestra parroquia, la de toda la vida, que, aún sin el templo bendecido, estaba afincada ya en Villarino 460. Pasaría un año para que esa ceremonia se hiciera, allá por noviembre del ’57.

Es que ese particular domingo de 1956, aún radiante, sería inmensamente triste.

Al amanecer, virtualmente, supimos que el “nono”, don José Serralunga, se había ido, tempranamente para nosotros, a gozar del premio que tenía prometido. El Señor se lo había llevado, tan plácidamente como había vivido. Tan de pocas palabras como había sido, una “virtud” que seguramente nos dejó como legado.

Aquella vez, aquel día, cuando le vimos por última vez, entendimos que había pasado por nuestra vida casi sin que nos diéramos cuenta. Porque, quizás, esa así fue una de sus virtudes; dijo poco e hizo mucho. Como que cuidó celosamente esa quinta que atendía día tras día, por años, en nuestra casa de Thompson 343, que él mismo construyó, porque fue albañil, como para edificar unas cuantas construcciones (aún hoy vigentes), pero para ser, también, el hacedor de una familia que contuvo la maravillosa conjunción de amor y generosidad que significaron nuestras tías: Victoria, Pepa, Ida, Chela, Irma, Nelly, Yuya y Coca.

Sólo ese día, 30 de septiembre de 1956, entendimos que el “nono” había pasado en silencio, como si quisiera decir mucho sin palabras; sólo con su ejemplo de tenacidad y trabajo.

Lo recordamos, como si lo viéramos en una foto que no tenemos, caminando por la calle Moreno, rumbo a la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, como todos los domingos, para la que era la tradicional misa de las 9 de la mañana. Se nos aparece alto, incluso grande, cuando ya no era rudo, como lo demandó su oficio.

Lo evocamos también, en anocheces de verano, esperando la hora de la cena, en ese patio de Terrada 74 tan caro a nuestros afectos. Repasaba “La Gaceta” o “Democracia” tabloides de la tarde, que por alguna razón leía; y fue otra costumbre que de él nos quedó.

Querríamos, como nos sucedió cuando sólo teníamos 15 años, saber qué pensamientos lo acompañaban, rodeado de sus hijas (nuestras tías tan queridas), en esos días increíblemente apacibles de la mitad del siglo que se fue. Seguramente, se nos ocurre, tendrían un especial lugar para el recuerdo de doña Ermelinda, la "nona" que no conocimos, que fue tronco de la familia, junto a él.

Cincuenta y cinco años después, todavía tenemos visible la presencia de los amigos que llegaron a esa vieja casa, hoy desaparecida, en la que transcurrimos buena parte de los mejores momentos de nuestra niñez y adolescencia.

Era lunes (1 de octubre), cuando llovía torrencialmente, y el cortejo, que llevaba al “nono” a su última morada, se detuvo en Santa Teresita. La lluvia de rosas prometida, un día después de la fiesta parroquial, despedía a Don José, para que su imagen, paradójicamente, no se borrara jamás. Es que hoy, lo lloramos como entonces… o un poco más…

Luis María
En homenaje, que no sabe de tiempos, a aquellos que hicieron feliz nuestra niñez.

2 comentarios:

Maria Serra dijo...

ojala yo tuviera ese poco de silencio .quiza si se lo pidiera a el ..

Maria Serra dijo...

gracias papà