viernes, 18 de diciembre de 2009

ENTRE RECUERDOS Y PRESENTE

Acción de gracias de monseñor José María Dobal, 59 años después. Un retorno a la capilla de La Inmaculada. Y una esperanza: el festejo de diciembre 2010.

La capilla de La Inmaculada, perteneciente al colegio del mismo nombre, en el 300 de la calle Berutti, fue algo así como un símbolo de aquellos años felices de la niñez, cuando el viejo siglo que se fue se acercaba recién a la mitad de su camino.

Eso fue cuando terminaban los ’40 y también cuando principiaba la quinta década anterior al todavía lejanísimo 2000 y el después soñado ingreso al tercer milenio.

Tanto ha pasado, desde entonces, que las imágenes aparecen borrosas, desdibujadas casi. Aún así, alejadas de la posibilidad de rastrearlas en la maravilla tecnológica que es Internet, algunas se encaprichan en mantenerse vigentes, ¿por qué no?, en el rincón insondable externamente, pero por eso más valioso interiormente, de los recuerdos.

Hubo un tiempo en que la capilla, de la majestuosa imagen de la Virgen en el altar, cobijó el cotidiano culto de la parroquia Santa Teresita del Niño Jesús, desde sus comienzos, allá por 1937, el año de su creación, y hasta el 17 de noviembre del ’57, día de la bendición del nuevo templo parroquial, el de Villarino 460.

A esos momentos, imborrables, se remontan las vivencias. Y por eso, acceder, tras muchísimos años, a la vieja capilla, tuvo su particular toque emotivo. Porque salvo contadas excepciones, ya no hubo lugar para volver a su majestuosa estructura edilicia.

Ocurrió, sí, este jueves (17), por un hecho singular (que lo es porque no es de los que puedan repetirse con frecuencia). Hasta allí llegamos, acompañando un anhelo expresado por monseñor José María Dobal, y que nos fue buenamente trasmitido por Elbita Albertini de Yañez, de cuyo paso (vigente todavía en estos días) por la parroquia de nuestra niñez y primera juventud, se recuerda el incomparable cántico del Ave María, en los casamientos de la época (allá por la mitad del siglo que pasó) y por haber “sacado” los mejores sonidos del viejo armonio (y del que después suplió su lugar en los oficios parroquiales).

El padre Dobal quiso hacer una oración de acción de gracias en la capilla en la que, 59 años atrás, el 17 de diciembre del Año Santo de 1950, ofició su primera misa.

Junto a él, estuvieron dos de sus sobrinos. También Elbita; y el joven seminarista Sebastián Morán. Fue un momento de evocación de aquellos tiempos pasados pero siempre presentes en la prodigiosa memoria de monseñor Dobal, que no olvido repasar hechos y nombres casi domésticos de aquel entonces, cuando la parroquia era, ciertamente, algo más que un segundo hogar para toda la gran familia de Santa Teresita.

José María, no dejó de acercar, en su maletín, un viejo cuadro, que le fuera obsequiado en su momento, con la imagen de La Inmaculada, la misma que preside el altar de la capilla. También lo hizo con la carta de la admisión para su ingreso al seminario diocesano, firmada por monseñor Enrique José Fabi, por entonces vicario general de la diócesis de Bahía Blanca, cuando el futuro seminarista, era un niño (según rezaba el escrito), a sus 17 años.

También hubo un instante para recordar a los viejos parroquianos, aquellos mismos que nosotros conocimos y apreciamos, porque son una puntual referencia a la hora de repasar esa rica historia que, un poco impensadamente por entonces, tuvimos el privilegio de compartir. Y no pudimos sino sentir que volvíamos al pasado cuando memoró a aquellas tías nuestras, que fueron catequistas en la parroquia.

Fue un corto instante, porque pasó como una ráfaga, aunque tuvo la virtud de condensar, en imágenes virtuales, añejas costumbres, que nos tocaban de cerca en su momento y que siguen casi intactas hoy en día. Como aquella en que, en ese distante 17 de diciembre de 1950, aparecíamos como monaguillos, en la primera misa de José María, en la vieja capilla.

¡Qué momento aquel! (el que vivimos) y ¡qué bueno!, tenerlo presente hoy, como eslabón de una etapa que fue significativa en nuestra vida.

Cuando nos íbamos, ya en la despedida después de un instante de reencuentro, esbozamos, los que estábamos, una inquietud a materializar para este mismo tiempo del venidero 2010: festejar los 60 años sacerdotales de monseñor José María Dobal. Y propiciar, para entonces, una acción de gracias de toda la gran familia de Santa Teresita, la vieja y siempre querida parroquia nuestra. Será una cita de honor.

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