viernes, 18 de junio de 2010

PALABRAS A LA ESCUELA 5 EN SUS 125 AÑOS


Dicho en la tarde de este viernes (18) en homenaje de gratitud.

No es poco honor (y por eso tal vez inmerecido, aunque muy difícil de desechar), hablar cuando la escuela, aquella de la infancia –todavía no había preescolar– tan lejana.

En mi caso, la escuela número 5, de la calle Darregueira 446, exactamente ubicada a dos cuadras de mi casa, en Thompson al 300.

Allí fui de chico. Y por eso las vivencias (pocas, muchas, ya confusas en muchos casos) están ahí, en un pequeño lugar del corazón.

Poco importará, o sí, decir del orgullo de ser abanderado (no se porqué razón no lo eran las niñas, en ese tiempo). O de haber integrado un equipo de básquet, dirigido por Homero Sicarelli, que ganaba y ganaba.

Sí, en cambio, reconfortará a quienes pasaron por la escuela, evocar, junto conmigo, algunos episodios aislados; algunos protagonistas imborrables.

No han sido sino con ese propósito, las palabras pronunciadas, este viernes (18), en el gimnasio del club Barracas (que lució con su remodelada fisonomía), cuando la querida escuela número 5, Nuestra Señora de la Merced, festejó sus 125 años.

Nacieron de los recuerdos; también de las emociones, renovadas como para atemperar el frío de la lluviosa tarde.

Al prologarlas en este blog, pido disculpas por los involuntarios olvidos. Y agradezco la distinción de haber podido decir estas palabras:



“Que la escuela siga siendo mi segundo hogar. Esta frase, escrita por uno de los chicos, entre los incontables mensajes que le dan vida a la galería que conduce al salón de actos y al gimnasio de la escuela, le confiere un sentido muy singular a lo que ha sido, es y seguirá siendo, con abstracción de los tiempos, nuestra vieja y muy querida escuela, nacida cuando todavía se vivía el lejano siglo 19.

Ese espíritu era el que prevalecía cuando a uno, allá por la mitad de la centuria anterior, le tocó pasar por las aulas de la escuela número 5, puesta bajo la advocación de Nuestra Señora de la Merced, la patrona de la ciudad.

Es cierto que la vida cambió, y mucho, desde entonces. Sin embargo, desde mucho antes, según relatan quienes nos antecedieron; y también mucho después, por testimonios en boca de los más jóvenes, la “escuela 5”, que hoy convoca aquí, ha mantenido y acrecentado ese espíritu.

Si nos situamos en décadas lejanas, evocaremos que para una gran mayoría de niños y niñas, la escuela tenía la trascendencia propia de ser el primer el eslabón siguiente al que constituía su familia. Y la maestra, era, entonces, la segunda madre.

¡Cuántas historias podrían relatarse, acerca de esas primeras peripecias fuera de casa!. Y qué y cuántos protagonistas están grabados, en la memoria de todos y cada uno.

Por una razón generacional, debo ubicar la escena allá por el principio de los años ’50 y el final de los ‘40. Eulalia Garmendia de Vogel, fue la directora de la escuela, en la que la vigencia de su familia se prolongó durante largos años.

Tan ligada estaba la escuela a quienes la frecuentaban que, allí mismo, sobre la calle Berutti, vivía Rafael Tennina, que era el portero, a quien se podía recurrir en cualquier circunstancia.

El estuvo en ese lugar, cuidando de las “blancas palomitas”, por unos 30 años. ¡Cómo no recordarlo en este momento!.

Y como los tiempos eran otros, con actitudes propias de la época, algo que hoy genera toda una polémica, como lo es ver en la escuela el Mundial de fútbol, tenía su solución adecuada.

Argentina no jugaba los mundiales de fútbol (porque volvió a ellos en el ’58), pero había otros acontecimientos que demandaban atención y “exigían” saber.

Cuando el 26 de noviembre de 1954 el país tuvo su primer campeón mundial de boxeo, Pascual Pérez, mendocino pero muy ligado a Bahía Blanca, el recordado Tennina nos informaba (y hacía escuchar por radio), desde su casa, cómo iba la pelea con Yoshio Sirai, en Tokio. Como para que estuviéramos “al instante”, unos 56 años atrás.

También estaba Esther (Velásquez), que llegaba todos los días en bicicleta. No está presente en este acto, pero luce sus 92 años, aunque ha querido ocultar su edad, quizás porque eso le permite reservar, también, en su corazón, las vivencias de su paso por las aulas, los corredores y todos los rincones de la “5”.

En aquellos años ‘50 distantes, también estuvo, y es una felicidad tenerla presente, Magdalena Sánchez Montero, aquí presente, que fue por años la maestra de cuarto grado.

No es poco motivo de orgullo, además, que en una porción estimable de la historia de 12 décadas y un lustro, durante 12 años la ciudad haya tenido como su primera autoridad política, a un exalumno de la escuela, Jaime Linares, aquí presente.

Como los citados, hay muchos ejemplos que se rozan con múltiples facetas de la vida de una comunidad. Y no podemos olvidar, en esta sucinta evocación, a docentes y alumnos de esta querida escuela, que pasaron por sus aulas y que ya no están. Son parte de la historia y seguramente desde el más allá se asocian a este festejo. Para ellos, nuestro recuerdo.

Como han pedido una síntesis ya superada, desde la legión de quienes fuimos alumnos de esta querida y siempre recordada escuela, me permito formular un deseo. Que a partir de esta fecha que nos convoca, los exalumnos vuelvan a participar de la comunidad educativa en forma efectiva, recreando su centro.

Y que como en los tiempos en que todos y cada uno vivieron “nuestra escuela”, siga siendo, actualizada, y bajo la tutela de su actual y futuro personal directivo, docente y auxiliar, el segundo hogar de quienes llegan a ella.
Responderá así al espíritu que ha dado razón de ser a su existencia y por el cual hoy, en su cumpleaños, formulamos, todos, nuestra perdurable gratitud”.

LUIS MARIA SERRALUNGA
Egresado promoción 1954

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