domingo, 31 de octubre de 2010

EL DÍA DESPUÉS Y EL LEGADO A ASUMIR: TODO UN DESAFÍO

Escribíamos ayer que “la Argentina, controvertida pero apasionante, se empeña con ese espíritu que la distingue, en mantener sus simbolismos, así como es; así como se la representa; así como se la quiere, más a medida del corazón que ajustada a la razón”.

Decíamos, por eso, de “sus ciclos, cambiantes; insólitamente marcados por la contradicción, que une las alegrías con las tristezas; las euforias seguidas de desazón; la incredulidad casi dándose la mano con el exceso de confianza”.

Se nos ocurría, también, expresar que “al fin de cuentas, es ese país, hecho a la medida de los argentinos, autosuficientes y escépticos casi a la vez”; como así “grandilocuentes o desangelados en cuestión de minutos”. Pasionales, eso sí, por sobre todas las cosas, definíamos, “y por eso capaces de la entrega total, a despecho de sus incontables frustraciones, pero seguros de que el éxito estará, a un paso, en el amanecer del día después”.

Es, este sábado (30), ese “día después”. Tras la despedida casi desgarradora, que convocó multitudes, en la insondable Buenos Aires; pero que sumó a casi todos (¿podía ser acaso de otra manera?) en la Santa Cruz, específicamente Río Gallegos, que supo, 60 años atrás, del nacimiento de un hombre casi predestinado. Porque lo fue, sin duda, Néstor Kirchner. Uno de los elegidos, sin que sobre esto pueda abrigarse duda alguna.

Es, efectivamente, el “día después” tan temido. Porque nobleza obliga: nadie, que se precie al menos de haber sondeado mínimamente los vericuetos de la política argentina por décadas, puede ignorar los efectos de un suceso tan imprevisto como imaginable a la vez. Porque la muerte que se llora, no fue simplemente una cuestión del azar, ni del destino. Fiel a su carácter, a su espíritu, el “Lupo” (como lo conocían sus coterráneos) o el “Pingüino” (como trascendió, proyectado nacionalmente), como quiera llamársele, ha debido tener, en un rincón íntimo de sus pensamientos, alguna conciencia de la amenaza de un final abrupto.

Se ha dicho que tuvo la muerte deseable. ¡Mentira!, ni siquiera la que es “súbita” lo es. Porque deja tras sí la angustia superlativa en los que quedan; y las secuelas de todo aquello no previsto por el que se fue. “Suena bien”, de la boca para afuera. No puede, ni por asomo, considerársela oportuna, de ninguna manera.

Pero sí, encierra tras su impensado realismo, un conjunto de interrogantes, que se abre como abanico para el momento posterior, el que viene, desde este sábado (30) hacia adelante. Ya nada será igual: ¿acaso mejor o peor?, es la cuestión. Porque de eso se trata.

Cuando las muestras solidarias (no la congoja), dejen lugar, desde el primer día de noviembre, a la realidad que indica que la vida sigue (sin que eso signifique olvido), Cristina Fernández, ahora la viuda del ex presidente fallecido, deberá enfrentarse, crudamente, a lo que viene.

Y entonces, más allá de las expresiones que la acompañaron por estas últimas horas (sentidas las más; no tanto las menos) se presentará ante sus ojos un complejo conjunto de alternativas a asumir: hacerse cargo del poder (no sólo el gobierno); controlar los excesos del entorno (los atemperaba Néstor); mitigar la primacía del sindicalista Hugo Moyano, no sólo en el manejo de la central obrera, sino en su proyección como presidente del PJ bonaerense; asumir o no (Daniel Scioli es el reemplazante natural de Kirchner) la presidencia del PJ nacional; definir su ahora casi excluyente candidatura a la reelección 2011; y resolver los conflictos (¿heredados o compartidos hasta ahora?) en no pocos frentes: el campo; el empresariado; la iglesia, entre ellos. Y algo no menor, reservado hasta ahora a la decisión del ex presidente desaparecido: la caja y todo lo que implica la distribución o no de los recursos del Estado.

De cara (a un año justamente de esa instancia) no será poca cosa afrontar el proceso que desembocará en las elecciones de octubre del año próximo. Porque a nadie escapa que, después de los “¡Gracias, Néstor; y fuerza, Cristina!”, sobrevendrán las apetencias, propias y extrañas, porque el terreno queda libre y los espacios vacíos, inexorablemente, tienden a ser ocupados, en todo tiempo y lugar.

Ha habido ya, hace pocas horas, manifestaciones concordantes en la necesidad de respaldar una gestión. La “gobernabilidad”, siempre tan proclamada, ofrece opciones. Tomarlas o dejarlas es algo que, andando los días, desnudará todas las miserias. No puede ignorarse (sería trágico) que ha sido, es y será así, porque frente al mejor espíritu de conciliación y solidaridad, se “planta”, casi naturalmente, la ambición humana.

Si Cristina Fernández, mujer inteligente y de temple, sin duda, se hace cargo del legado recibido, seguramente, abrirá la puerta a la esperanza de un mañana mejor. Si lo hará y cómo es el interrogante, todavía sin respuesta. Todo un desafío para la presidenta en soledad.

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