miércoles, 11 de junio de 2008

GOBIERNO VS. CAMPO, CON UN REHÉN: EL PUEBLO

Que la Argentina, y no de ahora, es el reino del revés, no es ninguna novedad.
Tampoco lo es eso de tomar todos los temas, los más graves incluso, como si fueran un partido de fútbol, dicho esto no todo respeto por la pasión más acentuada de los argentinos.
Que los políticos mienten en campaña para seguir haciendo lo mismo después es algo así como una verdad de Perogrullo. Mucho más si de candidatos pasan a ser electos y gobernantes (o legisladores) un poco más tarde.
Que hay quienes están en funciones (cambiando lugares, pero siempre ahí, en aquello que se conoce como factores de poder) desde 1983 hacia delante (y ya pasaron ¡25 años!), es tan cierto como que no hay ni siquiera una mínima renovación (con las honrosas excepciones que confirman la regla).
Habría infinidad de ejemplos a sumar en una enumeración, pero no hacen mayormente falta.
Queremos expresar, a manera de síntesis introductoria, que no puede extrañar, para nada, que se haya llegado a tres meses exactos -los 90 días se están cumpliendo este martes (10 de junio)- con el conflicto gobierno vs. campo a cuestas y sin el menor atisbo de solución. Es más, con tendencia a agravarse de aquí en más, después que la presidenta (Cristina Fernández de Kirchner) hiciera sus anuncios, por la cadena oficial, respecto a qué destino tendrán los excedentes (se habla de 1.300 millones de pesos) procedentes en las polémicas retenciones que han estado en boca de todos en los últimos tres meses (la mitad de lo que lleva el “ejercicio” de la presidenta elegida el pasado 28 de octubre).
Por si hiciera falta hacemos una salvedad: no hemos comentado el paro agropecuario y las continuas disputas con el gobierno, con los camioneros y con los piquetes emergentes de alguna oficina de Puerto Madero (léase Néstor Kirchner), entendiendo que no es tema ajustado al contenido de una “revista de café”, entendida como lectura para momentos en los que la gente procura olvidarse, comprensiblemente, de los problemas que la agobian a cada paso.
Por lo demás, lo cambiante de la situación (hoy hay paro; mañana no; pasado vemos), nos encontraría con la oferta de un texto desactualizado y por eso menos entendible aún que lo incomprensible de este sonado caso que patentiza, claramente, que vivimos en una Argentina a contramano, simplemente, de aquello que señala el sentido común. Nada más, pero tampoco mucho menos.
Y de esto, precisamente, se trata esta controvertida cuestión, que abordamos por una vez sin el tecnicismo que estos delicados asuntos exigen y circunscribiéndonos a aquello que piensa y expresa el hombre común de la calle.
Durante tres meses la “doña Rosa” de Neustadt o el vecino al que vemos pasar todos los días por lugares comunes han observado, días tras día, como se cortaban rutas; se hacían concentraciones en plazas y paseos públicos (hubo aquí una en pleno corazón de la ciudad, con desfile de tractores y multitudinaria asistencia); y se discutía (en charlas de sordos) entre autoridades y chacareros.
Pero mucho más allá de eso (y no pocos discursos “para la gilada” y sentimientos expresados sólo “de la boca para afuera”), los que nada tienen que ver empezaron a sorprenderse, otra vez, con el continuo remarcado de precios y los cartelitos de “sólo 1, 3 o 5 unidades por cliente” (según los casos) que menudearon, sobre todo, en los supermercados (prestos a sacar partido de la situación y echando mano a sus depósitos y para nada de cargas recién recibidas). Para decirlo más simplemente: buenos negocios para supermercadistas (que no desaprovechan ocasión) y menos artículos en los changos de los consumidores, aunque con ticket más abultados al pasar por caja.
Así, durante 90 días, la cosa se asemejó mucho a la de algunos años atrás, volviéndose a un cuadro de situación que se creía superado por obra y magia del “Pingüino”, aunque fuera un transitorio espejismo.
Y esto es de explicación muy simple: no sólo afloró la falta de algunos alimentos (o la suba indiscriminada de sus precios, que es casi peor), sino que volvió a quedar sobre el tapete la precariedad de la bonanza atribuida al ciclo de Kirchner en la presidencia.
Bastó que la tozudez del gobierno (¿de la ejecutora o del ideólogo?) pusiera en marcha la variante de las retenciones móviles, para echar mano del buen rédito que ofrece la soja para que se desnudara la fragilidad del buen momento esgrimido como estandarte de la positiva gestión gubernamental.
La urgencia de pago de intereses de la deuda externa y la exigencia de “tener caja” hizo estallar manifiestamente el problema. La receta equivocada, exhibida de la mano del facilismo, tuvo el efecto contrario: ¿puede recaudarse, acaso, subiendo los índices cuando la producción primero y las ventas después son menores?.
Pero, además de pretender apagar el incendio echando nafta, se generó el principio de desabastecimiento y la consecuencia natural: suba de precios; mayor demanda (por si acaso) y alarma general. Con otra resultante de esas que no esperan nada: empresas paradas; gente que no trabaja y por lo tanto no cobra; y la reaparición automática de los comedores comunitarios, a la usanza de las épocas de las peores crisis (que se han renovado cíclicamente).
Lo siguiente, en el “alto” nivel de las discusiones, fue el pobrísimo contenido de la puja: echarse la culpa unos a otros: “parar”, por si hiciera falta, el país durante tres meses; enfrentar a unos con otros; y dejar, en el medio, al rehén de turno, que lo es aunque no haya armas de por medio (aunque sí la amenaza de hacer que aparezcan si es preciso).
El poco tacto fue una constante, agravando la tensión, mientras el país en su conjunto desaprovechaba el histórico momento propicio que ofrece el mercado mundial, necesitado más que nunca de alimentos (esos que Argentina puede proveer en cantidades manifiestas) y por eso dispuesto a comprar aquí lo que en otros lugares escasea y mucho.
Mientras tanto se tiraban millones de litros de leche (que buena falta hacen en cualquier lado), por citar un caso de la crónica diaria, el producto faltaba en las góndolas.
El litigio de la soja y sus retenciones se fue extendiendo a todos los ámbitos, por el capricho gubernamental y la respuesta del campo a ese capricho. Comprensible, sí, pero no por eso con adhesión general indefinida y para siempre. Ya en las últimas semanas se notó como la espontánea compañía del pueblo empezó a declinar, pues la “doña Rosa” de Neustadt y el vecino común de la calle se hartaron de la puja; de la repetición de las acusaciones; de los discursos repetidos; y de la falta de respeto del gobierno (viaje de la presidenta incluido para la cumbre de la alimentación, en Italia).
¿Y ahora qué?. Lo de este lunes (9), con el anuncio del destino que tendrá el excedente de las retenciones: hospitales, viviendas y caminos rurales. Es decir, transferir la cuota hacia objetivos (¿quién garantiza que se cumplirán?) con los que nadie puede estar en desacuerdo.
De haber cambiado las reglas de juego a mitad de camino, el gobierno pasó a fijar a qué volcará los ingresos para conseguir una endeble adhesión a sus determinaciones, que le devuelva la confianza de la ciudadanía.
La cruel duda que queda planteada es cuál será la posición del campo frente a esto que ahora debe aceptar, sin que eso suponga que estará dispuesto a seguir produciendo como si nada hubiese pasado.
El daño ya está hecho: los precios no bajarán; hay transportistas que ya están preparado su paro; en el campo, el tiempo perdido no se recuperará; la falta de caja obligará a nuevos mecanismos de recaudación; la distancia entre los políticos y la gente raramente podrá acortarse, porque hay posturas interesadas en no perder el respaldo de Nación; en la provincia, el gobernador no da pie con bola y prefiere ocultarse; y como esos, muchos ejemplos más, vistos desde la óptica de los que no conocen de técnica ni agropecuaria ni fiscal.
Que Argentina está perdiendo una ocasión inmejorable que nadie garantiza que se repita en el tiempo, es cierto (los mercados, aún exigidos, descreen de futuros cumplimientos argentinos).
El problema sojero, que no toca a nuestra región sudoeste, ha metido a todos en la misma bolsa. ¿Y que pasará con esta zona donde no sólo no hay soja, sino que la falta de lluvias ha empobrecido los campos y bajado el stock ganadero?.
Hace horas, nada más, hubo una reunión regional en la que no pocas voces se alzaron para puntualizar la crítica situación que se vive y la mucho comprometida que se viene. Hubo claras ausencias. Y algo más: la concertación plural, fundada en promesas, ha sufrido un duro revés, poniendo a no pocos protagonistas (pre octubre 2007) entre la espada y la pared.
Mientras el gobierno habla de otra cosa (porque dice que no todo es soja), el campo se apresta a decidir cursos de acción. El pueblo, rehén de una situación plena de hipocresías, vislumbra un futuro inmediato de marcada estrechez. Y todavía no es invierno…

(Este comentario integra la edición gráfica 173 de LA TRASTIENDA DE BAHÍA, revista de café).

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