sábado, 15 de noviembre de 2008

¡QUE TIEMPOS AQUELLOS Y QUÉ BELLOS RECUERDOS!

Homenaje, desde los recuerdos, al viejo y querido
Colegio Don Bosco, el de siempre, casi medio siglo después.


¡Maestros!, Así quiso llamarlos Néstor Matoso a los inolvidables docentes que marcaron toda una época, en la imborrable historia del viejo y querido Don Bosco.
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Seguramente, quien, con razón y como humilde homenaje desde nuestras pequeñas producciones del ocaso, consideramos “el locutor”, que dio la radio de la ciudad, no se ha puesto a pensar qué y cuántas emociones genera, cada sábado, no importa el horario, con su “Otra vez juntos”.
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“Cartas amarillas” y “Libre”, como las otras canciones que las antecedieron, trajeron la voz inconfundible de Nino Bravo. Y ha sido demasiado, estimado Néstor, para una tarde de nostalgias, la de este sábado (15 de noviembre) en que se agolpan, como en tropel, los recuerdos. Porque las evocaciones, tan cálidas, se suman a las nuestras, las propias, algunas de las cuales, por una simple razón generacional, son coincidentes.
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Corrían los ’50, segunda mitad de la década del siglo que se fue. Y éramos, aún figurando en el cuadro de honor, simplemente alumnos “calculadores”, para mantener un buen promedio, estudiando poco o nada.
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A mitad del camino, después del padre Italo Martín, “promovido a inspector”, fue el buen padre Jaime Francisco de Nevares a la dirección del colegio. Lo “teníamos” desde el momento en que fue catequista. Y lo recordaremos siempre, aunque se vaya la vida, en aquellas “buenas tardes”, cuando las naves de la inmensa basílica –que valoraríamos mucho después– encerraban frescura, en el comienzo del rigor de la primavera o en la proximidad del verano que se anticipaba. ¡Qué buenas sus palabras!.
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Pero a quien después fuera Don Jaime, muy querido obispo del Neuquén, le debemos la franquicia (jugarreta permitida, aunque estuviera cerca el padre Schmidt) de escaparnos del colegio, a media mañana, para iniciarnos, como ocurrió, en el ejercicio joven del periodismo. Ocurrió en 1957, cursando el tercer año del bachillerato. ¿Podemos olvidar algo así?.
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Andando los años, cuando corría 1995, circunstancialmente trabajando en periodismo en la capital del Neuquén, pudimos escribir algo que teníamos pendiente. Fue la despedida, periodística, a quien, casi sin saberlo, impulsó una vocación.
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A fines del ’59, el padre De Nevares encabezó, en el añejo Teatro Don Bosco, entonces más conocido como “Colón”, la foto de los flamantes egresados, pretendidamente “buenos cristianos y honrados ciudadanos”. ¿Habremos cumplido ese legado?.
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Permítasenos, aunque esto ocurrió hace tiempo y a lo lejos, evocar a algunos maestros de aquel entonces, que van desdibujándose, pero que conservan un lugar en nuestro corazón.
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Jesús Nieto (Matemática), Juan Larzábal (Historia) y Santiago “el Chato” Vera (Geografía). fueron profesores en primer año. Lo fue el padre Enrique Kossman, que nos enseñaba Latín y Religión. Un día preguntó ¿cuál es la esencia de Dios?. Le respondimos, “Ser”. Nos puso un ¡10! Y nunca más nos llamó a dar lección.
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Evocamos aquí y ahora, al padre Martinelli, que nos dio Geografía, más tarde, y amenazó, de continuo con la “copialela”, que se venía, aunque nunca fuera realidad. Al padre Pascual Paesa que por esas cosas extrañas casi nunca tomaba una lección, pero se solazaba en el repaso de una Historia que él conocía a la perfección. También al padre Luis Barazutti (Literatura, en quinto año) y al enorme padre Carlos Dorñak, un apasionado de la Música, a quien la brutal violencia de los ’70 convirtió en impensada víctima.
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Andando los años y como era costumbre, a fines del ’84, nos tocó, quizás por natural consecuencia de nuestra actividad periodística (y alguna función anexa que ejercimos circunstancialmente) dar vida al reencuentro de los adolescentes de cuarto de siglo atrás. Fue un momento gratificante, emotivo, cargado de recuerdos. ¡Cuántas vivencias repasadas!, en ese volver a vivir.
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Paradójicamente, o no tanto, porque las hojas del almanaque no se detienen en su caída, estamos a la puerta del medio siglo de aquellos imborrables días del secundario. Nobleza obliga: no entendimos, mayormente, aquello del cuadro de honor que integramos, aún sin ser buenos alumnos. Sólo acertábamos, calculando que por el lugar de la lista, por orden alfabético, nos tocaría pasar al frente un día, pero no por los siguientes. Además, acostumbrándonos al oficio, compensábamos con las escritas, una lección oral fallida. Sólo eso. De buenos estudiantes, muy poco.
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Dicen que “a confesión de partes hay relevo de culpas”. Pero, además, pasaron 49 años y se viene el 2009, que será, si Dios así lo quiere, el año de las bodas de oro. Volveremos, como entonces, al viejo Colegio Don Bosco, cargados de nostalgias y de imágenes.

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