miércoles, 1 de abril de 2009

ALFONSÍN: EL GRAN DEMÓCRATA DE NUESTROS TIEMPOS



Pequeñas estampas y verdaderos hitos de un líder político.


Seguramente que la profusión de testimonios generados a partir de las 20.30 de este martes (31), día de luto para la democracia y toda la sociedad argentina, eximiría de mayores consideraciones acerca de la muerte del doctor Raúl Ricardo Alfonsín, que fue presidente de la República entre 1983 y 1989.
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Bastaría la simple trascripción de sólo uno de los incontables despachos recibidos, para condensar la relevancia de su figura y la sincera consternación que su fallecimiento provoca.
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Sin embargo, más allá de la sobriedad y también la emoción con que lo han evocado personalidades de todos los órdenes, que han puesto énfasis en resaltar aquellos históricos logros que jalonaron su trayectoria, estimamos oportuno referirnos a dos hechos que, claro está, no han hecho historia, ni mucho menos, pero que sí tienen que ver con las vivencias personales, esas que, aún pequeñas, no pueden olvidarse.
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Corría el año 1976 y el ejercicio de la función periodística nos encontraba en la lejana ciudad de Trelew, en plena Patagonia Argentina, poco más de seis meses después del golpe militar del 24 de marzo de aquel año. Habíamos llegado en diciembre de 1975, para ocupar la secretaría de redacción del diario “El Chubut”.
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Hasta allí, en el último trimestre del ’76, llegó Alfonsín, en pleno período de veda política. Lo convocaba el sepelio de los restos del doctor Mario Abel Amaya, un joven abogado, muerto presumiblemente, como destacan crónicas de la época, en la cárcel de Devoto. Amaya, militante radical, había sido llevado de su casa el 17 de agosto de ese año.
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Cuando el dirigente chubutense fue sepultado, previo al acto, en un restaurant de Trelew, propiedad de un bahiense, entrevistamos, casi ocultamente, a quien unos años después sería presidente de la Nación. No están digitalizadas las páginas del matutino chubutense en el trabajábamos, como para reflejar sus palabras. Eso sí, nos quedó grabada esa entrevista.
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De igual manera tenemos patente el recuerdo de algo ocurrido una década después, muy cerca de nuestra ciudad, en Médanos. Hasta allí llegó también el hombre de Chascomús, entonces presidente, andando los años ‘80.
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En una sala completa (aunque era una conferencia de prensa ya se ubasa, como ahora, hacerlas en presencia del público) le hicimos varias preguntas. Algunas no gustaron a la concurrencia, que lo hizo notar a viva voz. El entonces presidente, pidió respeto y respondió todas y cada una de las consultas. Un gesto que sería difícil no tener presente ahora.
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Fueron, una y otra, para nosotros, dos ocasiones valorables. Porque hacen a la cronología de una actividad personal abrazada con todo el fuego que el periodismo ha reclamado, reclama y reclamará por siempre a quienes lo ejercen con pasión. Y porque nos permiten rescatar, a la distancia en el tiempo, dos virtudes que hoy se exaltan respecto del demócrata por excelencia al que se despide con tristeza en estas horas. Su tenacidad en el camino de la política, que le hizo andar y andar el país, en todo tiempo, como dirigente y como presidente y aún después de ejercer la más alta dignidad que la Nación puede conferir a sus ciudadanos. Y su respeto por los demás, aún aquellos menos notorios, como nosotros, en la valoración apropiada de la función de cada uno de ellos, en nuestra caso la periodística.
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No hay tantos ejemplos como el del doctor Alfonsín, en similares circunstancias y con esas actitudes. Lo “pintan de cuerpo entero”, aún en las muestras más sencillas de su personalidad.
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Por estos momentos, en que el país despide a quien considera el padre de esta “nueva democracia de 25 años”, se repiten las menciones a hechos sobresalientes.
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¿Pueden acaso olvidarse los juicios a las juntas militares; la ley de divorcio vincular; la creación de la Comisión Nacional para la Desaparición de Personas; el impulso decisivo al Mercosur; el tratado para la solución del conflicto con Chile por el Beagle; el camino abierto hacia de la democratización en el continente; el Pacto de Olivos; la defensa irrestricta de los derechos humanos, por citar sólo algunos hitos?.
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Seguramente que desde otro ángulo seguirán recordándose otras alternativas y algunas frases imborrables: el “¡a vos no te va tal mal, gordito!” y el famoso “la casa está en orden; felices Pascuas!”. Pero serán sólo anécdotas, que no harán sino mostrar otro “costado” de su rica personalidad.
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¿Que se objetarán, como antes y por siempre, las leyes de punto final y obediencia debida o el fallido proyecto de instalar la capital del país en Viedma?. Es probable que sí, tal el espíritu que distingue a los argentinos, disconformes siempre.
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Como bien se ha expresado, aún con errores (pocos o muchos; reconocidos por él mismo algunos de ellos), Alfonsín marcó una época. Lo que le siguió, casi naturalmente, lo hizo mejor aún que su propia gestión.
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De algo sí hay absoluta certeza: Raúl Ricardo Alfonsín fue, por encima de cualquier otra definición, un gran demócrata. Y de los que hizo honor a esa condición.

FOTO

Raúl Ricardo Alfonsín: un verdadero demócrata. ¿Hace falta decir más?.

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