miércoles, 17 de diciembre de 2008

A CIEN AÑOS DEL NACIMIENTO DE UN PERSONAJE DE LA CIUDAD

José Reinaldo Serralunga le dio vigencia, por décadas, a un lugar tradicional de la Bahía Blanca de otros tiempos. “Ganan el rubio y el morocho en Sarmiento 38”, decía el slogan, acuñado junto a la figura del viejo “Gaucho Saravia”, que adornaba las vidrieras de uno de los locales más clásicos de venta de billetes de las antiguas loterías del siglo que se fue.

Para quienes extienden sus memorias largamente hacia la primera mitad del siglo que pasó no será difícil identificar, aún en las imágenes que el tiempo va borrando, su peculiar figura.
Era delgado; razonablemente alto; de temprana calvicie.
Vestía, propio de esas épocas, usualmente traje; corbata; y por estaciones, la galera que después entró en desuso, andando los años.
Dos cosas estaban inalterable y alternativamente unidas a su presencia: la pipa y el clásico “toscano” (tipo Avanti).

Se lo veía, casi de madrugada, transitando un camino común, fuera día de semana, domingo o fiesta de guardar, como las de antes. Y no había excepción, porque aún en Navidad, Año Nuevo, Semana Santa y Pascuas estaba siempre, aún con pesada persiana a mitad del trayecto, en su segunda casa: la Agencia Rivadavia, la que lució, en su vidriera, la estampa del Gaucho Saravia, un sello del negocio.

“Ganan el rubio y el morocho en Sarmiento 38”, era el slogan, que incluso integró alguna frase de cierta publicidad aislada, que promocionaba uno de los comercios más tradicionales del pleno centro de la ciudad: la agencia de lotería que fue un símbolo, en la primera cuadra de Sarmiento, frente a la plaza y estrechamente unida a otros de los lugares emblemáticos de la Bahía: la vieja sede del añejo club Olimpo, aquella que tenía los billares rayando la vereda.

¿Qué vendía?. Primero, ilusiones, marcadas con números de hasta 5 dígitos, resaltados en los pequeños pero valiosos billetes de lotería que marcaron, por décadas, toda una tradición, que hacía eclosión en los viejos sorteos de los “gordos” de Navidad y Fin de Año, y que se prolongaban en el también “gordito” de Reyes.

Había semanas, las que aproximaban a las esperadas Navidades, menos consumistas pero llenas siempre de esperanzas, en que largos listados (hechos a base de sellos numéricos), que ilustraban sobre el historial de los más salidores y los más atrasados de las loterías clásicas. Se vendían los billetes, en enteros, en décimos y excepcionalmente quintos, pero generaban demanda, porque no había ni Prode, ni Quini, ni Loto, ni Telequino, ni quiniela oficial ni ninguna de las variantes de juego que son hoy moneda corriente.

Había, en Sarmiento 38, una cajita, vaya a saber de qué origen y uso, que contenía los “reservados”, que fieles seguidores jugaban por años, semana tras semana, incluyendo los sorteos mayores. Y hubo quienes, siguiendo esos números, ganaron más de una vez, porque la fortuna los tocó nuevamente con su varita o bolillero mágico.
El “cliente”, conocido de la casa, pasaba o no, antes o después de las jugadas y junto a su billete (salvo que hubiera tenido premio; terminación o progresión) estaba allí, en espera paciente, con la suma o resta hecho del importe pagar. Todo a lápiz, sin siquiera una pequeña calculadora. Si había premio, con el valor ya adosado. Confianza mutua, que le llamaban… y que se fue con el arcón de los recuerdos, o el auge de los “vivos de siempre”.

Más allá de los billetes, allí se vendían cigarrillos (por doquier); librería (cuadernos, hojas de carpeta y algo más); y bolitas, ¡sí! en cajas de 100 unidades y todos los colores. ¡Si habremos tenido decenas para jugar al triángulo en la escuela!. De allí las llevábamos, como preciado obsequio, una, otra, mil veces.

La agencia Rivadavia le ocupó por décadas, convirtiendo al viejo local enclavado en pleno corazón de la ciudad en un sitio emblemático, rondando la mitad del otro siglo y superando largamente los años ’80 de la centuria pasada.

El lugar fue cita obligada no sólo de los buscadores de la suerte a través de los billetes. Irradió amistad, porque su ocupante lo transformó, palpablemente, en convocante a la hora de comentar el fútbol (su gran pasión); la política o el devenir diario de la ciudad.

Hubo asistencias rigurosamente infaltables, día tras día, entre “caracterizados vecinos”, como los definían las crónicas de antaño; dirigentes del deporte; futbolistas de renombre; profesores(a metros estuvo instalada la vieja Escuela Fábrica); jueces y letrados (por su cercanía con Tribunales); y los transeúntes que hacían un alto antes de “tomar el colectivo” (en paradas adyacentes) en busca de un toque de la suerte, en la antesala de la vuelta a casa.

Allí, un tema, está dicho, fue dominador común de interminables charlas: el fútbol, y a través de él, Olimpo y Racing… o Racing y Olimpo.
Comprensible, hasta el fanatismo, la adhesión al oro y negro, que tuvo y tiene su sede, al ladito nada más, de Sarmiento 38. ¿O la agencia estuvo al costado de Olimpo?.

Hincha plateísta como lo fue, no supimos, por años, de un faltazo al viejo estadio de Avenida Colón y Angel Brunel. Tanto que de allí, de ese fervor, nació el nuestro, porque de su mano, ya 60 años atrás, fuimos a la cancha, para gozar, a poco tiempo, de los 7 títulos consecutivos con los que el aurinegro coronó el final de los ’40 para enlazarlo con los campeonatos del ’50, de aquel equipazo que hizo historia.

No sabemos esencialmente cómo y por qué, pero su entusiasmo académico nos hizo, también, seguidores “a muerte” del glorioso Racing Club de Avellaneda, aquel de la épica tripleta del 49, el 50 y el 51. Tanto que aquella vez en que se cayó el alambrado del estadio, comienzos del ’52, recibimos, como regalo de cumpleaños, ¡una pelota número 5! firmada por todos los campeones del torneo largo de AFA. Y estaban, entre otras, las de Rodríguez, Higinio García y Palma (García Pérez); Fonda (Giménez), Rastelli y Gutiérrez; Boyé, Méndez, Bravo, Simes y Sued.
Por aquellos años jóvenes, por esas mismas razones, fuimos suscriptores de la recordada revista “Racing”, partidaria sí (¿por qué no?).

De Olimpo y esos tiempos, nos quedó la imborrable evocación de las entradas especiales extendidas por don José Blanco Pereyra, un amigo de la casa, gerente él del aurinegro, que firmaba de puño y letra aquellas “invitaciones” para la cita impostergable de los domingos y para los partidos extraordinarios del verano, que eran cita obligada e impostergable de otra época, en la que los partidos se seguían sólo allí, en la tribuna (a lo sumo por radio), y la referencia de otro ámbito era la “clave” (esquinero de O’Higgins y Chile), con la revista “Sport” en la mano.

Era el Olimpo del doctor Domingo Ighina, un dirigente a la usanza de antes. ¡Pero qué nos van a contar!, los que pretenden ahora señalar el camino, ¡si no vivieron esa época!. Y no decimos que “todo tiempo pasado fue mejor". En ese sentido ¡lo fue y basta!. ¿O sabríamos, si no, de Cocía; Ochoa y Kliun; Carlos Bualó (Firmapaz); León y Urquijo; Eduardo Bualó, Caparrós (Lázaro López), Hernández (también Borelli, que después fue Borello), Ceballos y Río?.

Alguna vez, hace tiempo y a lo lejos (se cumplieron 25 años en octubre pasado), tuvimos la satisfacción de recibir, en nombre del recordado, el testimonio que Olimpo entregó, en su fecha aniversario, como homenaje a su trayectoria como olimpiense de toda la vida.

La historia tiene otros apartados. Como por ejemplo, decir de su predilección joven por el teatro y por el boxeo, raramente contrapuestas. O mencionar su infaltable contacto con el viejo diario “La Razón”, el de material de tipografía más pequeña y mejor aprovechamiento del espacio, además de deportivamente muy bien informado. Sus largas caminatas desandando trayectos invariablemente similares. Su diaria concurrencia al Banco Francés o la meticulosidad para preparar los envíos a lotería, para recibir, a cambio, las remesas semanales de billetes. La misa de 9 los domingos, en Don Bosco. Su apego, a chistes o cuentos muy breves, sacados vaya a saber de dónde. Y su último afán de recolectar boletos de ómnibus (cuando el tarjebus no estaba en juego) porque entregándolos en enorme cantidad, que reunía pacientemente, beneficiaba a no sabemos qué entidad de caridad.

Hubo un tiempo, muy avanzados los años ’80, en que el auge de los nuevos juegos de azar fue apartando a los aficionados a los clásicos sorteos de la Nacional y Provincia. Ya no hubo, entonces, más listados cubriendo las vidrieras. Ni llamados de las radios, preguntando por los más salidores o los menos frecuentes.

Muy lentamente, lo que fue una constante por décadas (en nuestro caso lo sabemos desde los albores de los ’40) apareció como apagando sus luces. Y también hubo, entonces, un día en que el viejo local de Sarmiento 38 ya no abrió sus puertas.

Pasaron los años, no muchos. Siguieron preocupándole los temas de su intimidad familiar, porque supo del goce del entorno de sus hermanas, su hermano, su hijo, su nuera y sus nietos. Y, seguramente, le reconfortaron los recuerdos de tantos años vividos en la vieja casa de la calle Terrada 74, en la que supimos, también nosotros, de muchas alegrías y emociones; y que encerró, casi imperceptiblemente, algunos de los mejores momentos de nuestra vida.

Nota del editor

Hoy, 17 de diciembre de 2008, hubiera cumplido 100 años.
Hemos evocado, con no poca nostalgia, a José Reinaldo Serralunga, el recordado tío “Lalo” cuya imagen es imborrable para nosotros. Y con razón. Quienes lo conocieron y trataron sabrán deducir por qué.
Seguramente, desde el lugar que le reservó su propia vida, estará anhelando que Olimpo sea de Primera A en el 2010. Y verá desde allá, aún a estadio cubierto a pleno, el lugar de su vieja platea. Que fue leyenda.

1 comentario:

MAJOSERRALUNGA dijo...

El aroma a su pipa,el sombrero...Mi NONO..Era nuestro NONO...Cuando el NONO se fue yo tenia apenas 5 años---Pero su recuerdo es imborrable por sus costumbres...sus cositas,los billetes de loteria...y te llena el alma el saber que se lo recuerda con tanto cariño y respeto,porque su agencia y su vida es historico...hoy en nuestra ciudad se recuerda a un personaje entrañable...y a nuestro NONO LALO...
MAria Jose Serralunga